Parece evidente que en actualidad, gracias al favor de la tecnología, desarrollamos más actividades, llegamos más lejos, tenemos más contactos y claramente una mayor capacidad de comunicación. En términos familiares, hacemos muchas más cosas de las que hacíamos antes y, en general, ello es posible porque la tecnología nos permite hacerlas más rápido. Pero llegados aquí, me pregunto si las hacemos mejor.
Sin duda, la tecnología nos proporcionará un futuro más próspero. Será la base o parte de la solución de muchos de los problemas actuales, pero eso será así siempre que estemos pendientes de los riesgos que las tecnologías llevan implícitos, que trabajemos en su control y que hagamos un uso responsable de las mismas, lo que implica que las gestionemos, no con la misma sabiduría que nos ha traído a un mundo tecnificado, sino con mucha mayor sabiduría y capacidad de entendimiento.
Para ello es necesario que el mundo tecnológico desarrolle y aplique unas herramientas que durante generaciones han regido en el mundo físico y analógico, y han hecho posible su funcionamiento y su desarrollo. Me refiero a los Códigos Éticos.
Entiendo que el mundo digital debe regirse de la misma forma que deberían hacerlo en el resto de las relaciones humanas, a través de Códigos Éticos, Códigos de Conducta, Códigos de Buenas Prácticas, que en los últimos años han experimentado un gran crecimiento y que se presentan como una necesidad imperante en una sociedad que aumenta paulatinamente su exigencia de ética y de transparencia. Sin los Códigos Éticos llegaremos a ser más eficientes quizá, pero no seremos mejores profesionales, ni mejores empresas, ni mejores personas.
La tecnología ha mostrado una cara oscura como escondite en él que se cobijan prácticas poco éticas, lo que hace más perentoria aún la necesidad de que desde una gran corporación hasta el más modesto profesional, debamos estar comprometidos en el respeto a estos Códigos Éticos.
Curiosamente la misma facilidad que brinda la tecnología para escamotear prácticas poco deseable, hace los compromisos éticos más fáciles de cumplir y puede brindar una mayor transparencia a los procesos que se desee. La tecnología impone pues la necesidad de una mayor transparencia si realmente queremos darle carta de naturaleza a todos los procesos que permite mejorar, asociados a los servicios que prestamos.
En el proceso de gestión y resolución de los siniestros, por ejemplo, entendemos que el ciudadano, asegurado o perjudicado, tiene derecho a saber en todo momento en qué partes de un proceso trata con máquinas y en que parte trata con personas, tiene derecho a saber con quién ha estado conectado y tiene que tener perfectamente garantizado un proceso de exigencia de las responsabilidades que se deriven de la gestión.
En este contexto la tele peritación ha experimentado un gran crecimiento dada la crisis del Covid-19 y desde APCAS venimos haciendo una campaña de divulgación de la video peritación como forma útil de realizar la actividad y prestar el servicio.
Pero este sistema de video peritación nos ha hecho tomar conciencia de la importancia de llevarla a cabo bajo una serie de reglas éticas, que bien podrían conformar un código.
Un cliente, un asegurado, un perjudicado o un colaborador afectados, que establecen con un profesional de la pericia aseguradora una relación virtual, tiene derecho a conocer la identidad de su interlocutor, a tener a su alcance medios de contacto con el profesional y a conocer su identidad profesional y sus capacitación para llevar a cabo esa actividad. Tiene derecho, en definitiva, a tener a su alcance la certificación que le dé la certeza de que el servicio que realmente recibe es una peritación, es decir que en efecto está tratando con el profesional que aparenta ser.
Hoy, precisamente gracias a la potencia del mundo digital, podemos poner al alcance de cualquiera toda la información necesaria al respecto y en tiempo real.
Como decía, la tecnología nos hace más rápidos, más eficientes y también nos puede hacer mejores. Una ética corporativa exigente nos hará más fiables.